La plenitud de la Naturaleza Divina vive corporalmente en Jesús (Colosenses 2:9) por cuanto al Dios Triuno le plació que la plenitud de todo habitara en el Hijo para así reconciliar consigo mismo todas las cosas, logrando nuestra redención por medio de su sangre en la cruz (Colosenses 1:19-20). Esta plenitud de Dios es exhibida como la “gracia y verdad” encarnadas en Jesús a través de las cuales los creyentes contemplamos su Gloria (Juan 1:14). “Porque de su plenitud tomamos todos; es decir, gracia sobre gracia, pues la ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad fueron hechas por medio de Jesús el Mesías” (Juan 1:16-17), esto significa que, aunque la ley de Moisés fue dada por gracia a los hombres nunca explicó la gracia misma. La Ley, aunque es santa, justa y buena (Romanos 7:12) no tuvo el poder para salvar, sino que fue dada para provocar sed del Mesías Redentor a quién tipificó por medio de los sacrificios expiatorios. Pero cuando en el cumplimiento de los tiempos Dios encarnó en Jesucristo, la gracia y la verdad vinieron a ser una realidad divina para nosotros sus escogidos, esto es gracia por gracia, la superioridad de Cristo y su obra sobre la de la ley.
Si hemos de gustar de la plenitud de Dios, si hemos de beber de su vida, si hemos de disfrutar de su justicia, sabiduría, paz y virtud cada día, solo es posible por medio de Jesucristo, porque Él no solo es el medio para recibir la gracia, sino que Él es la fuente y origen de la misma. Jesús el Cristo ha sido constituido como la gracia preeminente para nosotros ayer, hoy y por los siglos (Colosenses 1:13-20) “quien nos salvó y nos llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según su propósito y la gracia que nos fue dada en Jesús el Mesías antes de los tiempos eternos” (2 Timoteo 1:9). Jesucristo no solo nos imparte gracia salvadora inmerecida, sino que Él mismo vino ser nuestro Salvador y Señor, no solo nos ha dado vida eterna sino viene a ser nuestra Vida, no solo nos ha dado salvación sino es nuestro Salvador; en esto glorificó el Hijo al Padre, en que lo reveló a nosotros (Juan 1:18) en toda plenitud.
La plenitud divina encarnada en Jesús es inagotable para nosotros: nos ha dado gracia para nuestra salvación, nos da gracia para nuestra santificación y nos dará gracia para nuestra glorificación futura. Esto implica que hoy tenemos la responsabilidad de responder en adoración a Dios cada día, obedeciendo sus mandatos, agradándole en todo (Colosenses 1:9-11), confesando nuestros pecados diarios (1a Juan 1:8-10), viviendo vidas piadosas que santifiquen su nombre (Hebreos 12:28-29), porque Dios no solo ha dispuesto en nosotros la gracia del querer hacer su voluntad, sino la del poder hacerlo (Filipenses 2:11-13). La gracia de Dios no es licencia para pecar, sino que es el poder de Dios en nosotros para no hacerlo. Gracia sobre Gracia es la plenitud gloriosa de Cristo Jesús dada a nosotros inmerecidamente.