En Filipenses 1:27–2:4 vemos el llamado que Pablo hace a mantenerse firmes, unidos en un mismo espíritu, trabajando para un mismo propósito, sirviéndose con humildad y amor mientras luchan juntos por la fe del evangelio en medio de la persecución.
Filipenses 1:27: Solamente compórtense de una manera digna del evangelio de Cristo, de modo que ya sea que vaya a verlos, o que permanezca ausente, pueda oír que ustedes están firmes en un mismo espíritu, luchando unánimes por la fe del evangelio.
Pablo comienza diciendo a los filipenses cómo deben comportarse. La palabra que usa Pablo aquí implica “comportarse como ciudadano”. Filipos era una ciudad especial, diferente a muchas que lo rodeaban. Era una colonia romana, y sus habitantes eran ciudadanos romanos: gozaban de los mismos privilegios y procuraban imitar lo que los romanos hacían. Era un lugar con un gran patriotismo nacionalista romano, por lo que predicar que Jesús es el Señor, producía fricciones y persecución. Usando ese patriotismo que llenaba de orgullo a los filipenses, Pablo les recuerda que ahora ellos son ciudadanos del cielo y deben comportarse como tal. Que, así como Filipos era una colonia de Roma, la iglesia es una colonia del cielo. Por lo tanto, la identidad quien define nuestra identidad y privilegios es Cristo.
Pablo en este versículo hace un llamado a los filipenses a mantenerse unidos, que reconozcan la integridad del evangelio y que se mantengan firmes ante la hostilidad y oposición. Pablo no quiere que los cristianos de Filipos cedan ante la oposición, sino que sean una resistencia, que ellos ejerzan presión (la mejor defensa es una buena ofensiva) predicando el evangelio, pero para esto ellos debían estar unidos.
Filipenses 1:28-30: De ninguna manera estén atemorizados por sus adversarios, lo cual es señal de perdición para ellos, pero de salvación para ustedes, y esto, de Dios.29 Porque a ustedes se les ha concedido por amor de Cristo, no solo creer en Él, sino también sufrir por Él, 30 teniendo el mismo conflicto que vieron en mí, y que ahora oyen que está en mí.
Al estar conscientes del evangelio, ellos: pueden superar el temor a sus adversarios, recordando que los que los persiguen serán sometidos al juicio de Dios; serían conscientes firmes en su propia salvación; y reconocerían que sufrir por causa de Cristo es un honor. Pero para lograrlo deben de estar unidos, y para estar unidos deben de ser humildes. Por eso leemos en Filipenses 2:1-4: Por tanto, si hay algún estímulo en Cristo, si hay algún consuelo de amor, si hay alguna comunión del Espíritu, si algún afecto y compasión, 2 hagan completo mi gozo, siendo del mismo sentir, conservando el mismo amor, unidos en espíritu, dedicados a un mismo propósito. 3 No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, 4 no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás.
En el 2:1 es como si Pablo les estuviera haciendo diferentes preguntas que me gustaría hacerle a ustedes: ¿Se sienten animados al saber que están en Cristo, que están unidos a Él? ¿Los consuela saber que son amados por Cristo? ¿Comparten junto a los demás creyentes el mismo Espíritu? ¿Están unidos a Dios y a su Iglesia por el Espíritu Santo? ¿Tienen afecto y compasión por los demás? Entonces, si han respondido que sí a estas preguntas ¡hay algo que deben hacer! ¿El qué? Lo que leemos en el v.2: pónganse de acuerdo en su manera de pensar, ámense unos a otros, trabajen juntos con una misma meta.
El gran obstáculo para vivir así es un nuestro orgullo. El orgullo hace que pensemos solamente en nosotros mismos, que seamos egoístas, competitivos, buscando alabanza propia. Al contrario, debemos ser humildes. La humildad se manifiesta, primero, considerando a los demás como más importantes a nosotros mismos. Y eso lo mostramos buscando el bien y los intereses de los demás, por encima de los nuestros.
¿Es posible hacer esto? ¿Se puede vivir así? Sí, se puede. ¿Cómo? No en nuestras propias capacidades, solo cuando estamos unidos a Cristo y somos conscientes que le pertenecemos a Él. En otras palabras, solo si estás esclavizado a Cristo puedes ser siervo de los demás. Pero para eso debes seguir su ejemplo. Debemos ser siervos con la actitud de Cristo.