Además de contar con un arma infalible para mortificar el pecado, una identidad inamovible, contamos con una promesa incorruptible, como podemos leer en Romanos 8:17: “Y si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con Él.”
A causa de nuestra fe en Su Hijo Jesucristo, Dios no solo nos justifica, sino que nos adopta y una de las bendiciones de ser hijos de Dios es que, como dice Colosenses 1:12: “con gozo dando gracias al Padre que os hizo aptos para participar de la herencia de los santos en la luz...”. Quiere decir que la adopción nos hace hijos y como hijos tenemos derecho a la herencia.
La herencia de los cristianos viene del Creador, Sustentador y Dueño del universo: Dios. Como coherederos participamos de todas las cosas que hereda por derecho propio el verdadero Hijo de Dios, Cristo Jesús. Somos coherederos con Cristo en la misma medida en que también “padecemos juntamente con Él”.
Pero conteste cada uno esta pregunta: “¿Estoy dispuesto a sufrir como creyente? ¿Estoy dispuesto a sufrir por Cristo?” Y el sufrimiento por Cristo empieza por estar dispuestos a morir nuestro pecado, a dejar eso que tanto nos gusta y que tanto placer trae a nuestra carne. Pero lo podemos hacer, podemos matar el pecado en nosotros porque tenemos un arma infalible, una identidad inamovible y una promesa incorruptible… Esa promesa es que somos herederos de Dios juntamente con Cristo, y nuestra herencia es el privilegio de ser glorificados en Cristo.
Podemos matar el pecado porque el Espíritu Santo, el arma infalible que tenemos nos guiará a Cristo y Su verdad. Y parte de esa verdad es la identidad inamovible que tenemos: somos hijos de Dios. Y porque somos hijos de Dios hemos recibido una promesa incorruptible: heredaremos la gloria.
En la lucha de vida o muerte contra el pecado, podemos matar el pecado por medio del Espíritu Santo porque somos hijos de Dios.