Los seres humanos siempre buscamos conocimiento, procuramos tomar decisiones que a nuestro parecer sean sabias. La sabiduría es un tema de interés universal en la humanidad, pero la sabiduría humana ha demostrado en la historia ser incapaz.
La Biblia nos enseña, en relación con la sabiduría que: 1) Está conectada con la santidad y la justicia en el contexto del pacto (Prov.10:1; 15:33). 2) “El temor al Señor es el principio de la sabiduría” (Prov.1:7) y 3) Tiene una vinculación con la teología porque nos da comprensión de lo que Dios quiere y cómo vivir en este mundo, iluminándonos en nuestro propósito y camino para la integridad espiritual y moral de las personas.
Como creyentes debemos procurar obtener y vivir en sabiduría, y la pregunta subsiguiente será ¿Cómo puedo obtener sabiduría para mi vida? Los evangelios muestran a Jesús como maestro sabio. Una sabiduría caracterizada por una ética compasiva, amorosa, enfocada en la verdad y basada en la gracia divina. Esto no implicó dejar de confrontar y corregir los valores, ideologías y prácticas contrarias a una cosmovisión bíblica, así como de proclamar el contenido central del evangelio del reino de Dios.
Jesús evidenció en su vida la integración de la sabiduría con la visión correcta del reino de Dios siendo Él la encarnación y personalización de la sabiduría de Dios en la tierra. Si queremos sabiduría solo podemos encontrarla en Jesús, “Mas por obra suya[t] estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual se hizo para nosotros sabiduría de Dios” (1 Cor. 1:30). Sin Jesús no podremos vivir en sabiduría, por lo tanto, debemos crecer en el conocimiento (relación) con nuestro Señor Jesucristo, para que su vida en nosotros nos impregne y gobierne. Por la obra de su Santo Espíritu podemos crecer en sabiduría y gracia para que su nombre sea exaltado.
“Dios ha escogido lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo, para avergonzar a lo que es fuerte; 28 y lo vil y despreciado del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para anular lo que es; 29 para que nadie se jacte delante de Dios.” (1 Cor. 1:27)